The Witcher: Esta hamburguesa no es la de la foto
The Witcher es el último producto a medio cocinar salido de la cadena de montaje de Netflix basado como muchos lectores sabrán en los relatos y novelas de Andrzej Sapkowski, también encarnados en varios videojuegos de enorme calidad.
Subida a esta ola nos llega la serie de televisión cargada con la misión más difícil y que no es monstruo ni aventura alguna, sino cumplir con las expectativas creadas.
¿Lo consigue? Bien, ¿recuerdas el parecido ignoto entre la hamburguesa de la foto y la cosita que se escondía en tu cajita de cartón? Pues eso es The Witcher.

Antes muerta que sencilla
Claro que incluso en esa hamburguesa triste había algo bueno. Aquel día te quitó el hambre, las patatas estaban crujientes y morder el bocado a manos llenas siempre tiene algo de gula desinhibida, satisfactoria. Nuestra serie no carece tampoco de alguna cualidad que otra. Las secuencias de acción son deliciosas y huyen de los montajes incomprensibles, la fotografía es propia de la era de la tele de pago y el diseño de producción intenta peinarse para salir bien en los videos promocionales. Queremos que mole, lo deseamos y pedimos la hamburguesa. Con los resultados habituales.
Después de las promesas acostumbradas de Gran Profecía, El Elegido y Grandes Acciones de los videos publicitarios (la hamburguesa del cartel, no por repetitiva menos seductora) nos llega un procedimental de libro donde Geralt, nuestro James Bond crepuscular con espadas protagonista desface entuertos a razón de monstruo del folclor centro europeo por capítulo (“si tiene algún problema y se lo encuentra, quizá pueda contratarlo”, como dirían en el Equipo A) mientras un trama de confusa superación personal y real politik con magos intenta no estorbar más de lo imprescindible con sus personajes suplicando en cada línea de diálogo “¡Juego de Tronos! ¡Trata de arrancarlo, por Dios!”
Nos prometieron épica y nos dieron a Xena La Princesa Guerrera
Nada malo con un procedimental que dibuja un contexto o que al menos invita a imaginarlo como de hecho hace Sapkowski en los relatos originales (su uso de mitologías y reinterpretación de relatos clásicos es pura Nutella en papel) en los que se inspira esta primera temporada. En televisión, sin embargo, si no quieres recordar más a Xena o Las Aventuras de Hércules que a Battlestar Galáctica no sólo necesitas dinero.

Necesitas, especialmente, talento y tiempo. Talento y tiempo para la escritura que dibuje conflictos y arcos de personaje un poco mejores que los textos que encontramos en las galletas de la suerte del chino de nuestro barrio, y talento en los actores para transmitir alguna emoción que otra, humor o cualquier cosa que no nos recuerde el maniquí del escaparate de la tienda de la tía Luisa interpretando La Venganza de Don Mendo.
Henry Cavill, el actor protagonista, tiene una voz estupenda para su personaje y sin duda va mucho al gimnasio. Más que a la escuela de interpretación, también. Hay pesas de veinte kilos con más capacidad para transmitir emociones de las que tiene este forúnculo mazado de Ryan Gosling y Kristen Stewart, el dúo calavera de la Interpretación Nula y escuela del anti cine a la que sin duda pertenece el actor británico.
Malos tiempos para la lírica
A esta época le resulta difícil excitarse con una aventura clásica o fantasía de corte optimista donde el héroe triunfa para que el Bien triunfe, Indiana Jones rescate a un pueblo entero de niños de la sequía o Aragorn torne en un último rey bueno y justo para que por un tiempo la gente pequeña Esté Bien.
Por el contrario, y quizá también porque después de crecer leyendo Dragonlance y Señor de los Anillos las mismas audiencias quieren reconocerse más maduras y no sentir vergüenza leyendo sobre elfos cantores (NOTA: por favor, no más elfos) (NOTA 2: elfos, los nuevos ewoks) o porque la deriva del mundo real es tan distópica, la aventura y la fantasía tomaron esta orientación gritty y poblada de alcohol, prostitutas y corrupción moral y estética. El héroe puede ganar su pequeña batalla, pero nada cambia realmente y el mundo sigue siendo un pozo de basura, no hay utopía revolucionaria, el nuevo rey sólo te sube los impuestos y si es de los buenos quizá no cierre el centro de salud de tu barrio. A The Witcher le falta llamar Uber a su caballo.

The Witcher, en los libros así como en los juegos, pertenece un poco a ese tipo de narrativa estoica en sus historias, la podemos llamar fantasía heroica-cínica, pero lo compensa con un contexto hipnótico, excelentes personajes secundarios y decencia inherente pese a todo en los momentos que cuentan para sus protagonistas – no para sus tramas -. Desgraciadamente la serie de Netflix carece de todo eso, asomada a un precipicio trash al que quizá la empujaron las prisas porque la persigue Disney, un monstruo de verdad, y le faltó tiempo para pensar y madurar un material de base excelente que iba para paté cinco estrellas y se quedó en hamburguesa reseca, buena cuando hay mucha hambre y Henry Cavill sale del gimnasio donde no le enseñaron la diferencia entre parecer irónico, y solo arrogante.