Sufrir bien, gozar del mal: The Good Place
Hace ya unos añitos (bastantes), en un mítico monólogo, el gran humorista Ricardo Castella se encontró con una muchacha en las primeras filas a la que el ataque de risa prácticamente le estaba impidiendo respirar. Haciendo gala de una magnífica capacidad de improvisación comentó: «Cuando llegues a casa y te pregunten qué tal les vas a decir: Bueno…entre sufrir y bien».
Exactamente eso es lo que ocurre en The Good Place, la premisa de la serie de Netflix parece haber sido improvisada sobre la marcha y es genial de puro simple… ¿Qué ocurriría si tras morir acabas viviendo en un barrio con otros 331 elegidos para el regocijo eterno, con las calles llenas de locales de yogur helado (bueno, esto supongo que es algo personal), siempre con buen tiempo, con actividades como vuelo libre (totalmente libre, como Peter Pan), cócteles y recepciones diarios, sin tener ninguna obligación más que disfrutar y para colmo compartiendo la eternidad con un alma gemela a medida para que todo sea redondo?
¿Qué podría ir mal?… Pues lo que le pasa a Kristen Bell: que igual no es tu lugar, y tú lo sabes y cuando das rienda suelta a tu verdadera personalidad ocurren desgracias que alteran totalmente la vida en tan idílico entorno y, claro, si te descubren te mandarán al «lado malo» para que te puteen por una eternidad. Así que decides que como tu alma gemela está ahí para ayudarte en tu eterno devenir, tiene que ayudarte. Afortunadamente, como si todo estuviera preparado, es un experto en ética filosófica, por lo que armado de sus saberes kantianos hará lo posible para que no te destierren. Y tras ese embrollo, otro y otro y otro, haciéndote partir de risa con la alocada fauna de buenazos y santurrones que ha seleccionado un fabuloso Ted Danson en el papel de Michael, el arquitecto de todo esto que llamaremos «cielo» a falta de otro nombre mejor, porque lo de «Sitio de entre sufrir y bien» igual es un poco largo.

Sin embargo esta premisa aparentemente simplista se derrumba cuando analizamos la complejidad que se envuelve en este envoltorio de caramelo dispuesta a devorarnos al primer bocado, como por ejemplo cuando prestamos atención al sistema de puntos que permite el acceso a tan distinguida vecindad (si no sabes inglés toca sufrir, pero bien, porque es uno de los mejores gags de toda la serie)
En resumen, una comedia hilarante que combina los mejores diálogos al estilo Chicas Gilmore, con personajes muy en el límite de la salud mental y la convención social, como en Parks and Recreation, no en vano el creador de ambas es Michael Shur. Y con una manera de presentar subtramas imposibles como algo lógico muy brillante, al estilo de Better Off Ted. Y todo ello, curiosamente, sin apenas tocar temas religiosos, porque como ya se nos explica, las religiones, cada una de ellas, ha acertado apenas un 5%, pero sólo Doug Forcett puesto de hongos en el Calgary de los años 70 se acercó con un 92% de precisión a adivinar la totalidad de lo que ocurre tras la muerte, sin embargo nadie le ha creído.
Destacar por encima de todos los demás factores un personaje, el de Janet (D’Arcy Carden), una suerte de omnisciente y cuasi omnipotente Siri celestial que aporta la dosis imprescindible de maquinalidad racional dentro de un ramillete de personajes llevados por sus emociones más allá de lo recomendable. Aunque ella también acaba cayendo en ese mal funcionamiento que son las emociones, ya sabéis, al final todo lo que nos pasa está entre sufrir y bien.
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