RICK Y MORTY, EL MEJOR ESPECTÁCULO DEL MUNDO
Hay dos tipos de series de televisión. Las calmantes y las estimulantes.
Las calmantes son las series cuya función, al acabar el largo día de explotación laboral trabajo y colapsar en el sofá es hacernos caricias suaves, sistemáticas y fáciles mientras Netflix sususurra a nuestros cansados oídos: “todo está bien, descansa”. Suelen ser procedimentales, desechables y últimamente, súper heroicas.
Las series estimulantes son aquéllas que nos quitan el sueño que ya empieza a invadirnos a esa hora y que convierten el sofá en la cama de Little Nemo para subir y bajar la montaña rusa de la existencia, nos dan algún grito que otro y desafían a nuestra inteligencia y a nuestro sentido del humor a estar a la altura. Además, son más divertidas que la mayoría.

Rick y Morty pertenece a esta clase privilegiada y minoritaria de historias que en lugar de adormecernos un poco más nos recuerdan que deberíamos estar ahí fuera, NO viendo la tele. Y siempre, Rick y Morty nos recuerda que mañana es demasiado tarde.
DIME DE DÓNDE VIENES…
Rick y Morty empezó como un corto parodia de Regreso al Futuro donde el personaje de Doc manipulaba a Marty para lamerle los hue la entrepierna – en detalle-. En lugar de echar a Justin Roiland y Dan Harmond, sus creadores, a un pozo de cocodrilos ofendidos para que los devoraran, Channel 101 se dejó vender una versión menos hardcore de los dos personajes y de la serie en su conjunto. Así nació esta propuesta de ciencia ficción, comedia y aventura con un poso existencialista sin fondo como la botella de la que Rick bebe en cada capítulo. La venta y escritura del piloto tuvo lugar en la misma tarde.

El resultado ha sido un éxito comercial sin precedentes para el canal que ha conseguido escapar de su nicho nocturno para adultos y se ha multiplicado por plataformas de difusión masiva multiplicando adictos adeptos sin parar al ritmo del atrevimiento de los episodios de cuatro temporadas imprescindibles (serán muchas más).
Durante este tiempo ha habido tiempo para todo. Los personajes principales han muerto y se han enterrado a sí mismos, han abusados todos los unos de los otros, viajado por múltiples realidades paralelas y han hecho del humor, el amor, la familia y el paso del tiempo un campo de minas introspectivo que el espectador navega como puede al tiempo que intenta atrapar las mil referencias culturales que cada episodio arroja en su cara y que han generado más comentarios en Internet que tentaciones tiene un Legionario de Cristo en un colegio.
Los diálogos son improvisados primero y pulidos después en un proceso que es lo más cercano a la magia en televisión, y son atrevidos, ácidos y tienen menos piedad que Ricky Gervais haciéndose el borracho en los últimos Globos de Oro.
TODO LO QUE HAY ES AHORA
Rick y Morty gira en torno a los problemas que la inteligencia y su hermana mayor, la auto conciencia, nos generan cuando queremos darle sentido a una vida que no lo tiene.
Divertirse, no engañarse con simulacros de confort que son un ensayo de la muerte, despreciar el conformismo hasta el infinito, explorar situaciones nuevas, aunque puedan salir mal (u horriblemente mal) y sacarle la máxima vida a cada momento como única respuesta a la brevedad de la existencia son algunas de las propuestas de esta montaña rusa pop que nos deja con la misma sensación al final de cada episodio: queremos más de este show.
Ya nos avisó Anthony Bourdain poco antes de su muerte:
Rick and Morty is everything
— Anthony Bourdain (@Bourdain) August 10, 2017
Rick y Morty es un festival de la inteligencia, un oasis de creatividad, atrevimiento y respeto irrespetuoso por sus espectadores en el páramo en el que Disney, su estalinismo de colores y la cancel culture nos están obligando a vivir. Y por encima de todo es insoportablemente divertido.
Rick Sánchez nos diría que las lágrimas, de alegría o de tristeza, están todas hechas de la misma sustancia.
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