La inmigración: una postura de clase

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Inmigración
inmigración: unidad obrera antirracista.

CLASE OBRERA E INMIGRACIÓN

En los últimos meses la inmigración ha pasado a constituir uno de los temas centrales del debate político. El presente artículo intenta exponer una postura acorde a los intereses generales de la clase obrera autóctona y foránea.

El proletariado es, desde sus mismos orígenes, una clase internacional y migrante.  Su aparición obedece a un éxodo de proporciones extraordinarias como el que se ha dado –y se sigue dando- desde el campo a la ciudad. Y del asalto a la urbe pronto se pasó a la llegada de los irlandeses a Inglaterra, la emigración de las metrópolis a las colonias, la afluencia masiva a los EEUU o la llegada de europeos a las repúblicas latinoamericanas independientes. La figura del obrero itinerante, que cambia de ciudad y de país allá donde le llama al trabajo, sigue siendo la más habitual entre jornaleros del campo o albañiles, y hoy es el turno de las masas del tercer mundo que huyen del expolio y la guerra imperialista hacia las hostiles metrópolis.

El capital ha requerido, en muy diversas ocasiones, de este tránsito migratorio para suplir necesidades de mano de obra, degradar las condiciones laborales o emplear a ejércitos de esquiroles en escenarios de huelgas. Pero es esta una aceptación de la inmigración realizada a regañadientes, con el temor permanente a los que nada tienen que perder, que se ve acompañada de la discriminación, del control policíaco y de la proyección de una imagen peyorativa contra el extranjero (y también contra los migrantes del campo) y  en la que las fronteras blindadas se abren o cierran según las estrictas necesidades de reproducción de los beneficios de los capitalistas. En el fondo subyace una conciencia de que, con el desarrollo en el tiempo del capitalismo, crece inevitablemente su sepulturero proletario.

El carácter móvil  de la clase obrera explica en parte la debilidad histórica que la exaltación patriotera ha tenido en sectores importantes de la misma. Cuando el Manifiesto Comunista subraya que los obreros no tienen patria se está apuntando, no a una negación de toda cuestión de índole nacional, un olvido del marco concreto en el que se desenvuelve la clase, sino a una priorización de los intereses generales del proletariado por encima de particularismos nacionales estrechos.

No cabe duda de que, pese a las diferencias nacionales, toda la clase obrera coincide en unos objetivos universales que pasan por la derrota del conjunto de capitalistas y la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados. Y sobre la base de esta comunidad de intereses han emergido bellas expresiones de internacionalismo como la denuncia de las atrocidades coloniales realizada desde la metrópolis o la solidaridad de muchos trabajadores avanzados para con los países socialistas y los procesos de liberación en el Tercer Mundo.

Antes que españoles, ingleses, catalanes o italianos el trabajador comparte su adherencia a una misma clase social de lo que debe desprenderse un rechazo a cualquier tipo de unión con la burguesía propia que menoscabe estos intereses clasistas universales, como pudiera ser el apoyo al yugo nacional contra otra nacionalidad o la adscripción a una prioridad nacional del tipo los españoles primero que jerarquice y aísle a los distintos componentes de la clase.

Es desde esta postura, combativa contra cualquier expresión de racismo y supresora de cualquier distinción dentro del proletariado, como debe abordarse en primer término la problemática de la inmigración.

Tal concepción es obviamente antagónica al discurso antinmigración que sostiene una parte de los voceros políticos de determinadas fracciones del capital y al que hoy se suman, con notas de demagogia electoralista, representantes del PP o Ciudadanos, pero también se encuentra ampliamente alejada de la postura favorable a la inmigración sostenida por otra parte de la política burguesa y que incide machaconamente en sus ventajas reales o supuestas para los españoles: el relevo generacional, la multiculturalidad o el dinamismo de una capa de trabajadores jóvenes que encubren así la auténtica ventaja que puede tener la inmigración para los capitalistas: la sobreexplotación de la mano de obra inmigrante en condiciones leoninas y abren la puerta a un cambio en la concepción sobre la inmigración en un sentido xenófobo en el momento en que la superpoblación relativa de obreros ya no sea tal o se invierta la situación de sobreexplotación de los trabajadores migrantes.

Especialmente ejemplarizante a este respecto es como el gobierno alemán llegó a plantear que la llegada masiva de refugiados viniera acompañada de ajuste en su legislación laboral que les permitía trabajar legalmente recibiendo un salario inferior al mínimo.

LA SUPERACIÓN DE LA INMIGRACIÓN FORZOSA

En un siguiente nivel de análisis debemos reconocer, al contrario que la burguesía progre, que la inmigración forzosa es un problemática seria, que toma proporciones dramáticas para aquellos que se ven obligados a huir de sus países en las peores condiciones imaginables. Desde determinado ámbito oenegenero y reformista se incide continuamente en la necesidad de la integración de los inmigrantes y la práctica de una suerte de solidaridad caritativa para con estos pero se oculta deliberadamente las causas últimas de esta afluencia forzada que atañe a la continuidad e intensificación de la política de rapiña contra los países semicoloniales y la promoción de la guerra y el sabotaje contra aquellos Estados que plantan cara al imperialismo.

Algunos datos ponen de manifiesto de manera indiscutible este auténtico saqueo. Así, las multinacionales de capital mayoritariamente occidental evaden cada año más de 6000 millones de euros de impuestos en los países del África subsahariana. Unas 60.000 millones de hectáreas africanas se encuentran en manos del capital foráneo que impone un modelo monoproductor clave en la génesis de las hambrunas.

En países como el Congo con el Coltán, Mauritania con el hierro o Malí con el oro, más del 70% de las exportaciones siguen descansando en un único producto sin valor añadido, prolongando el comercio desigual. Y por si fuera poco los servicios secretos y los ejércitos de las potencias imperialistas potencian la desestabilización en aquellos países que pueden adquirir suficiente fuerza económica como para iniciar una senda independiente como Nigeria o sobre los que han lanzado ofensivas de recolonización, como con Libia y los proyectos militaristas del Estado francés en el Sahel.

Los trastornos y convulsiones migratorias generadas por el imperialismo solo pueden pararse de una manera justa frenando los pies a este expolio, no con los CIEs, la separación de los niños de sus padres o los asesinatos que con total impunidad comete la Guardia Civil y otros cuerpos policiales en las áreas fronterizas.

LOS TRABAJADORES INMIGRANTES

Los obreros inmigrantes suelen ser quienes padecen las peores condiciones laborales y sociales. El objetivo de la burguesía es el de hacer extensible estas condiciones al conjunto de la clase obrera. Por lo tanto la actitud de los trabajadores debe ser justo la contraria: luchar por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores extranjeros, suprimir toda suerte de discriminación  y evitar así los chantajes de una patronal que juega con su desesperación y falta de arraigo. Todo ello pasa por la incorporación de los obreros autóctonos y extranjeros  a la lucha sindical y política.

Debe desbaratarse a su vez todo tipo de división por criterios nacionales y raciales. Dolores Ibaúrri comentaba en su biografía como en las cuencas mineras de Vizcaya a principios del siglo XX se producía una división de las cuadrillas por procedencia (gallegos, andaluces, vascos, castellanos…) y como con los dueños estimulaban los enfrentamientos y la competencia entre estas cuadrillas. Algo similar sucede hoy en sectores como la construcción o el trabajo en el campo, con capataces y empresarios que amenazan a los trabajadores con contratar a unos moros si no se aceptan dantescos ajustes en las condiciones de trabajo.

En el combate contra este tipo de situaciones nunca debe perderse que la entera responsabilidad recae en el enemigo de clase y que la vía para superarlas no puede estribar, en ningún caso, en caer en el embrutecimiento de la xenofobia sino en promover la unidad monolítica de todos los trabajadores. En aquellos espacios en los que los trabajadores inmigrantes estén pasando por el aro de aceptar la pauperización, debe promoverse la organización sindical independiente que apunte a poner freno a los avances de la sobreexplotación. De lo contrario caeríamos en una absurda batalla de los penúltimos contra los últimos para gusto de la oligarquía y sus lacayos en la que, con cada vez menos perspectiva de plantear una postura de clase común, el retroceso de las posiciones adquiridas por los trabajadores avanzaría inexorablemente.

De otra parte, no debemos olvidar como, junto a este uso burgués de la presencia de obreros inmigrantes, se produce, tanto en el pasado como en la actualidad, un enriquecimiento de la lucha de clases de la mano de los obreros inmigrantes.

Así, resulta evidente como la afluencia de italianos, portugueses y españoles a países de América Latina fue clave en la organización de las primeras agrupaciones sindicales fuertes en países como Argentina, Chile o Brasil. En EEUU sucesivos colectivos de inmigrantes han estado a la cabeza del movimiento obrero, junto con los negros herederos de la llegada forzosa para su empleo como esclavos. A día de hoy, vemos como en determinados barrios de las grandes urbes europeas con alto porcentaje de población inmigrante se han producido importantes revueltas: en Francia en 2006, en Inglaterra en 2011 o, más recientemente, en el barrio de Lavapiés en 2018, conatos de rebelión muy saludables que hubieran merecido una mayor atención y apoyo por parte del resto de los trabajadores y sus organizaciones de vanguardia.

Hay que sacar filo a las posibilidades de lucha y rebelión que subyacen en la inmigración y neutralizar su posible uso en un sentido racista y divisionista.

HACER FRENTE AL RACISMO

Una mentalidad impregnada de ideología burguesa, la aspiración a sostener los últimos rescoldos del Estado del bienestar desde la paz social, el embrutecimiento y la pérdida de conciencia, así como la labor de partidos políticos y medios de comunicación,  explica en parte las expresiones el rechazo que sectores de la clase obrera autóctona de las potencias imperialistas mantienen frente a la inmigración.

Parece que en el caso de España estas tendencias xenófobas se encuentran, por el momento, relativamente contenidas. No en vano, el éxodo de españoles en los años 60 y 70 resulta muy reciente, y en los últimos años se ha reproducido la emigración de decenas de miles de jóvenes al extranjero. Así, si bien son relativamente comunes los comentarios críticos con la obtención de trabajo o ayudas sociales por parte de los inmigrantes, no suelen sobrepasarse ciertas líneas rojas que apuntarían a un odio explícito. Según las encuestas el CIS el porcentaje de españoles favorables a la acogida de refugiados llegó a rondar el 90%.

Pese a su sobredimensionamiento por parte de los medios de comunicación y cierto antifascismo grupos como Hogar Social Madrid siguen contando con un peso muy minoritario en las movilizaciones sociales. Y a pesar del carácter ultrareaccionario de las instituciones y partidos del régimen, hasta ahora ningún grupo con representación parlamentaria había abanderado una postura xenófoba como una de sus líneas discursivas fundamentales, como si sucede en Francia o Alemania.

Sin embargo, la orientación que han tomado los medios de comunicación y el debate político en las últimas semanas parece apuntar a una estrategia de generar alarma con la inmigración y promover la xenofobia, que cuenta con el respaldo de declaraciones políticas como las del nuevo dirigente popular Pablo Casado quien habla de la llegada inminente de millones de africanos mientras las cifras de afluencia de inmigrantes ilegales no van a superar, en las previsiones más elevadas, las 30.000 personas durante este año. 

Asistimos así a la configuración de toda una serie de mitos racistas y xenófobos que fueron desgranados y denunciados desde esta propia página: el caso Aquarius -Desmontando el racismo.

Conviene por tanto estar alerta frente a la posibilidad de un estallido de racismo que vendría acompañado de un negra desviación hacia el lodazal patriotero españolista, del que los balcones de la rojigualda fueron un primer anticipo.

Uno de los aspectos más negativos de una posible espiral racista sería precisamente la exaltación de la superioridad cultural europea y española que empezamos a observar en protestas toleradas y permitidas contra las mezquitas o la inclusión de una asignatura optativa de islam en ciertos centros públicos que nada tiene que ver con la reivindicación democrática de una escuela laica.

¿De qué superioridad cultural estamos hablando? ¿La de la Europa de los campos de concentración nazis, de la colonización, del fascismo y el anticomunismo más visceral? Por supuesto que existen aspectos progresistas y democráticos en la cultura española y del resto de naciones del continente europeo. Pero estos elementos se encuentran condicionados, dominados y deformados por el predominio de la cultura de una burguesía degenerada y corrupta. A su vez, también existe un aspecto progresista en las culturas nacionales del Tercer Mundo y no solo las tendencias patriarcales, reaccionarias y feudalizantes tan machaconamente reproducidas en los media.

En última instancia, tenemos como horizonte la construcción de una cultura universal que reúna y desarrolle el acervo cultural progresista en todo el mundo. Y en cualquier caso el ejercicio de la libertad de expresión, de culto, de uso de la lengua vernácula etc. son derechos democráticos a defender frente a la maquinaria represiva que también se ampara en estas veleidades chovinistas.

A modo de síntesis, la propuesta de clase frente a la inmigración descansa en la denuncia del imperialismo que fuerza a la marcha forzada, la defensa de la unidad de todos los trabajadores por encima de divisiones  de procedencia y el combate activo contra cualquier tipo de discriminación de carácter económico, social o cultural contra los proletarios inmigrantes.

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