DRACULA de NETFLIX: ¿De verdad es tan mala?

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Hace unos días, escribíamos un primer post sobre el Pandemonio Serial y la cantidad de plataformas que nos invaden con una oferta, en apariencia, ilimitada. Y es paradójico que, a pesar de dicha oferta, en estos tiempos extraños que nos está tocando vivir, hay gente que no está llevando nada bien el confinamiento obligatorio debido al Estado de Alarma establecido por el gobierno, por la crisis sanitaria debida al COVID-19. Ya hablamos de una serie en particular, y de sus corolarios y de las reflexiones a las que me llevó LOVE, DEATH & ROBOTS. Ahora le toca a otra que, tomando como referencia a un clásico, ha dividido la opinión de los espectadores: DRACULA.

Hablamos de un estreno del día 4 de enero. Hablamos de una serie de tres episodios de una hora y media cada uno y hablamos que están involucrados en dicho proyecto dos potentes nombres de la industria del entretenimiento: MARK GATISS y STEVEN MOFFAT, responsables de la readaptación a los tiempos modernos de las aventuras del detective más famoso de todos los tiempos, SHERLOCK HOLMES, y también de un buen número de episodios de DOCTOR WHO. Y ¿en qué proyecto se metieron los dos británicos? Pues en darle una nueva visita a una de las vacas sagradas del género del terror, quizá el clásico más clásico, quizá la obra clave fundamental para entender la evolución del género en los últimos siglos: el “Dracula” del irlandés ABRAHAM “BRAM” STOKER. Pero antes, unas breves palabras sobre el mito.

LOS ANTECEDENTES DE LOS UPIR.

Miguel Servet en el Libro V de su obra «Christianismi Restitutio«, describe, por primera vez en el Occidente del siglo XVI, la existencia de la circulación menor o pulmonar. Si bien su concepción de la misma seguía un punto de vista más teológico que fisiológico, pues para nuestro científico el rojo fluido servía para expandir el alma por todo el cuerpo humano, no es menos cierto que muestra una inusual comprensión de la importancia de los fluidos corporales. Anteriormente ya los sabios de toda época y lugar ya intuían y algunos ya sabían de la existencia y de la relevancia de los “humores”. Desde que el homo sapiens comenzó a desarrollar un pensamiento abstracto, grandes preguntas asaltaron su mente, sobre su existencia, sobre su mortalidad, sobre todas las cosas que le rodeaban. Para responderlas, oh, niños y niñas, nuestro mono erguido desarrolló una serie de mitos, una cosmogonía y una teogonía, donde, en muchas ocasiones, los fluidos corporales explican el origen del mundo tal como lo conocemos. De la leche de los pechos de Hera, amamantando a Heracles, surgió la Vía Láctea. De la sangre de Ymir, el gigante primigenio, muerto a manos de Odín y sus hermanos, surgieron los ríos y los lagos. Y no es menos cierto que, desde un primer momento, se asoció la sangre a la vitæ.

Y como reza el grabado número cuarenta y tres de los ochenta que componen Los Caprichos de Goya… Si la sangre es vitæ, el homo sapiens desarrolló, en su inconsciente colectivo, una serie de monstruos que, por encima de todas las cosas anhelaban ese mágico fluido. Y cuando llega la noche y el sueño – una suerte de pálida muerte revocable – en ese páramo oscuro, la mente se llena de monstruos: los habituales sonidos diurnos se convierten en los amenazantes alaridos de la banshee, las familiares formas que nos rodean se ocultan tras un velo de tinieblas revelando amenazantes sobras… Y ese es el reino del upir.

El sueño de la razón produce monstruos.

A lo largo de nuestra historia, el mismo ser ha sido llamado de diversos modos: de los ladrones nocturnos de fluidos latinos – súcubos – a los strigoii rumanos o a los vrykolakas o brucolacos griegos. Pero fue en el siglo XVIII cuando se desató una verdadera fiebre vampírica en la zona de Centro Europa; en las regiones donde actualmente se ubican los actuales países de Rumanía, Polonia, Bulgaria, Hungría, Croacia, etc… De hecho, la etimología actual de nuestro hóminus nocturna, tal como lo definió Abraham Whistler (Blade, 1998), proviene del término polaco upir o upior, del que luego derivaría la palabra úpiro o vampiro. Incluso unos de los primeros tratados sobre el tema fue escrito por el exégeta Agustín Calmet en un estudio publicado en 1751, que trataba de arrojar una luz racional sobre la superstición de lo que se daba en llamar, en aquel libro, redivivos o revinientes.

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De mi biblioteca particular.

Años después, otro estudioso del tema, Jacques Collin de Plancy, publica el celebérrimo “Dictionnaire Infernal” (1818) a la manera de un diccionario ilustrado de demonología volvemos a encontrarnos con una entrada de nuestro siniestro doppelgänger y esto es lo que nos dice:

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DRACULA (CAPÍTULO I): LAS REGLAS DE LA BESTIA.

Por aquellos años, una serie de autores empiezan a dibujar las líneas maestras de los que sería el mito, y se fraguan así las reglas de la bestia . John Polidori, médico personal del romántico Lord Byron, publica en 1819 “El Vampiro”. Théophile Gautier publica en la revista Chronique de Paris otro relato que trata el tema llamado “La muerta enamorada”. Y por último, en 1872, Sheridan Le Fanu, publica su novela corta “Carmilla”. Había otro personaje que estaba tratando de abrirse paso como escritor. Mientras hacia sus pinitos con sus primeros relatos de terror, trabajaba como funcionario, y como crítico de teatro para el Dublin Evening Mail. Una de sus críticas le llevó a conocer al actor Henry Irving, que lo contrató como secretario particular y gerente del Lyceum Theatre londinense. Hasta que por fin, un 26 de Mayo de 1878, el irlandés Abraham “Bram” Stoker publicó “Dracula”.

Ocho días antes de su publicación, se hizo una lectura de dicha obra por un grupo de actores en el Lyceum Theatre (representación organizada por el propio Stoker, para garantizarse así los derechos de autor sobre la novela y el personaje). Y ahora más detalles que nos llevan a comprender determinadas cosas de nuestro doppelgänger. Años después de la muerte del autor en 1912, Hamilton Deane adaptó la novela del irlandés al teatro. Este personaje entró al mundillo de las bambalinas cuando era joven, apareciendo por primera vez en 1899 en la Compañía de teatro Henry Irving. Y es, precisamente, de esa adaptación al teatro realizada años después de donde han salido todas las adaptaciones cinematográficas más conocidas. Del mismo modo, fue idea de Deane la de rediseñar a Dracula como un ser más urbanita, vistiendo esmoquin y su larga capa forrada de satén rojo tan característica.

Menciono todas estas cosas para establecer un antecedente, unas “reglas de la bestia”, porque al parecer la nueva versión del mito ha despertado una serie de voces airadas. Para empezar, no me voy a rasgar las vestiduras como, al parecer mucha gente está haciendo ante la serie. No seáis hipócritas. No existe hasta la fecha de hoy una adaptación fidedigna a la obra original. De hecho, todavía no hay ninguna adaptación (salvando las distancias, la de Coppola) o nadie ha puesto el grito en el cielo porque el Conde nunca ha llevado bigote. (Por si queréis verificarlo: en la entrada del Diario de Jonathan Harker del cinco de mayo, cuando se encuentra por vez primera con nuestro querido upir, en la descripción se dice que luce “[…] bigote blanquecino […]”).

Pero las reglas están para cumplirlas ¿O no? El vampiro sólo puede entrar si se le invita, no se refleja en los espejos, teme a los símbolos cristianos y a la luz diurna… Calmet, Collin de Plancy, Polidori, Le Fanu y si queréis también el profesor Abraham Van Helsing os pueden dar una serie de “reglas de la bestia”. Pero, y en esta ocasión, ¿quién es la bestia? Pues el casi desconocido actor danés CLAES BANG (hasta ahora conocido por su papel en la película de 2017, The Square, por la que se llevó el Premio del Cine Europeo al mejor actor europeo).

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Claes Bang, el nuevo rostro del mito.

Oh, sí, rasgaos las vestiduras. La primera grande y que se recuerda es la de 1931 de Tod Browning y con el inmortal Béla Lugosi en el papel principal (actor que ya lo había representado en la adaptación teatral). Años atrás, en 1922, ya se había visto una primera muestra en la expresionista Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens), dirigida por Friedrich W. Murnau y protagonizada por Max Schreck. A partir de estas grandes aportaciones, se construye el mito y la leyenda. Luego vendría la imponente presencia de Christopher Lee (con su 1.96 de altura), que interpretó al Conde hasta en diez ocasiones para la Hammer Productions. Hasta la fecha es el que ostenta el título de actor que más veces lo ha interpretado.

En 1992, Francis Ford Coppola retoma el mito y nos regaló la prácticamente perfecta, Bram Stoker’s Drácula. Estilísticamente, es un festín para los sentidos: la banda sonora de Wojciech Kilar, el vestuario de Eiko Ishioka, pero… a pesar de ser bastante fiel a la obra del irlandés (y representar en muchas ocasiones y con acierto, de manera visual la naturaleza epistolar de la novela), tiene algún fallo de raccord (sí, Coppola también) y desde luego, el giro o la licencia de la historia de amor entre Drácula (Gary Oldman) y Mina Harker (Winona Ryder), se alejan de la historia. Quizá un intento de humanizar al monstruo.

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¿Éste beso? No, nunca, jamás.

Pero Dracula es un monstruo. El voivoda que empalaba a sus enemigos, que clavaba los turbantes a las cabezas de los diplomáticos que no se descubrían ante él… Las reglas que estableció Bram Stoker, las reglas de la bestia, están para cumplirlas ¿o no? Si nadie las ha cumplido hasta ahora, ¿por qué habría de hacerse ahora? CLAES BANG ofrece una presencia escénica brutal en pantalla, hace el papel suyo y si bien todos vais a pensar y vais a medirlo con la vara de los grandes actores que han interpretado al conde previamente, el danés reinventa al mito con una interpretación sólida como los muros de su castillo. Una interpretación que deambula entre lo elegante y lo retorcido, con una sensualidad animal no exenta de sexualidad, con toneladas de humor negro, comentarios maliciosos y repletos de dobles sentidos, respetando el original pero en una nueva versión. También os digo, mejor este Dracula que por ejemplo, el de Luke Evans en “Dracula Untold” (2014).

Pero de nuestro vampiro favorito, de Dracula, todavía queda mucho por hablar.

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